domingo, mayo 15, 2005

La despedida


Adios Gilberto


Por : Rodrigo Lazcano Hormaechea
Barcelona, 10 de mayo, 2005



Ángel Gilberto Lazcano Ward, nació en Iquique un 6 de febrero de 1940, entre la generosidad azul y agitada del mar pacífico y la austeridad terrosa y salitrera del desierto de Atacama.

A falta de follajes naturales y verdes ambientales, este puerto del norte de Chile lo vio crecer a la sombra de su frondoso árbol genealógico, florecido y enraizado, podado y abonado por maravillosos y peculiares personajes: un abuelo buscador de minas de plata nunca encontradas, siempre soñadas; otro abuelo que practicaba la esgrima de la pluma como tinterillo del porvenir; una abuela prestidigitadora de la elegancia capaz de convertir una sábana de algún patio ajeno en el ajuar exquisito que su hija siempre soñó; una madre que practicaba la alquimia del ave fénix consigo misma, reinventándose entre cremas milagrosas y saunas alquímicos; un padre capaz de rebautizar el mundo con acertados y rotundos sobrenombres, cuando no estaba domesticando metales para encerrarlos correcta y disciplinadamente dentro de un motor, y tanto otros más.

Hasta los 16 años vivió entre el desierto de Atacama y el océano Pacífico, domesticando dunas, hilvanando playas, descubriendo libros y aprendiendo a leer entre líneas, entre olas, con un kit de supervivencia en el cual no podía faltar el tarro de leche condensada, la marraqueta de pan, la cantimplora con agua y por supuesto uno o varios libros.

En Valparaíso estudió Arquitectura y cambió Camanchaca por ascensores, arena por escaleras… en definitiva, soledad buscada por poesía tridimensional encontrada.

Antes de terminar la carrera, conoció a Sonia, su compañera, una valdiviana con presencia y voz portentosa, la misma que le dio el “si quiero” y después de casados le siguió cantando “Amorcito mío”, su canción preferida. Con Sonia tuvo su primer hijo, Rodrigo; más tarde vendría Macarena, ambos “sangre de su sangre, carne de su carne”, como les enseño a decir con cariño desde muy pequeños.

Su oficio de arquitecto lo desarrolló en lugares tan disímiles como Viña del Mar, Iquique e Isluga; siempre escribiendo, siempre observando con el re-ojo en aquello que la mirada directa no es capaz de abarcar, atesorando el soslayo como la única forma de encarar a los dioses, con estilo, siempre con estilo.

Como buen arquitecto ha pintado, dibujado, “croqueado”, construido y escrito, pero sobre todas las cosas ha sido un gran festejador del espíritu sobre la materia, la creación sobre la decepción, la entereza sobre la pobreza, el libre amor sobre el cariño burocrático y cronometrado, la intuición sobre la percepción y finalmente de la síntesis sobre la desmesura. De esta última etapa fue fruto la entereza, y la coherencia amorosa que mostró, tal y como una balaustrada aparece y deja aparecer a la vez, Gilberto dejo de ser sin traicionar su forma de permanecer con nosotros durante 65 años.

La pachamama te espera para que germines airoso, como solo tú sabes hacerlo, sin límites, con estilo, sin concesiones, con humor, sin vergüenza, con método, sin prejuicios, con tornos, sin olvido….en lugares tan diferentes como Barcelona, China, Camiña o Limache.

Tu hijo que siempre te ha querido, Rodrigo.